sábado, 21 de septiembre de 2013

Continuación del amor conyugal


En la labor de la educación, cuando los padres niegan a sus hijos algún deseo, es fácil que éstos pregunten por qué: por qué no pueden seguir la moda, o comer algo que no les gusta, o qué les impide pasar horas navegando por Internet. La respuesta que viene espontánea puede ser, simplemente, “porque no nos podemos permitir ese gasto” o “porque debes terminar tu tarea”. Así, poco a poco la educación va formando a los hijos para hacerse dueños de sí mismos, ayuda a alcanzar el equilibrio en el uso de los bienes materiales, sin embargo es bueno que siempre haya una conversación y dar alguna razón que intente convencer. La educación de los hijos es proyección y continuación del amor conyugal, por eso el hogar es el ambiente adecuado para la educación humana y cristiana de los hijos. Para éstos, la primera escuela es el amor que se tienen sus padres. A través de su ejemplo reciben, desde pequeños, una auténtica capacitación para el amor verdadero. Por eso, un buen consejo para los papás es éste: reconquisten cada día su amor, porque es la fuente de energía, lo que realmente da unidad a toda la familia. Si hay amor entre los padres, el ambiente que respirarán los hijos será de entrega, de generosidad. El clima del hogar lo ponen los esposos con el cariño con que se tratan: palabras, gestos y mil detalles de amor sacrificado. La caridad lo llenará así todo, y llevará a compartir las alegrías y los posibles sinsabores; a saber sonreír, olvidándose de las propias preocupaciones para atender a los demás: a escuchar al otros cónyuge, o a los hijos, mostrándoles que de verdad se les quiere y comprende; a pasar por alto menudos roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en montañas; a poner un gran amor en los pequeños servicios de cada día, en las cosas pequeñas que un corazón enamorado sabe ver como grandes y que, desde luego, tienen una enorme repercusión en la formación de los hijos, aun los más pequeños. Los dos esposos han de estar implicados en la construcción del hogar, sin caer en la idea equivocada de que el trabajo fundamental del hombre es ganar dinero, dejando en manos de la mujer las labores de la casa y la educación de los hijos. No. Ambos deben ayudar en todo, como un equipo. Hoy, a María y José, que vieron crecer a Jesús en sabiduría, en edad y en gracia, confiamos la misión de los padres, cooperadores de Dios en la maravillosa tarea de la educación de los hijos P. Agustín, párroco. 

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