En la labor de la educación, cuando
los padres niegan a sus hijos algún deseo, es fácil que éstos pregunten por qué:
por qué no pueden seguir la moda, o comer algo que no les gusta, o qué les
impide pasar horas navegando por Internet. La respuesta que viene espontánea
puede ser, simplemente, “porque no nos podemos permitir ese gasto” o “porque
debes terminar tu tarea”. Así, poco a poco la educación va formando a los hijos
para hacerse dueños de sí mismos, ayuda a alcanzar el equilibrio en el uso de
los bienes materiales, sin embargo es bueno que siempre haya una conversación y
dar alguna razón que intente convencer. La educación de los hijos es proyección y continuación del amor
conyugal, por eso el hogar es el ambiente adecuado para la educación humana y
cristiana de los hijos. Para éstos, la primera escuela es el amor que se tienen
sus padres. A través de su ejemplo reciben, desde pequeños, una auténtica
capacitación para el amor verdadero. Por eso, un buen consejo para los papás es
éste: reconquisten cada día su amor, porque es la fuente de energía, lo que
realmente da unidad a toda la familia. Si hay amor entre los padres, el
ambiente que respirarán los hijos será de entrega, de generosidad. El clima del
hogar lo ponen los esposos con el cariño con que se tratan: palabras, gestos y
mil detalles de amor sacrificado. La caridad lo llenará así todo, y llevará a
compartir las alegrías y los posibles sinsabores; a saber sonreír, olvidándose
de las propias preocupaciones para atender a los demás: a escuchar al otros
cónyuge, o a los hijos, mostrándoles que de verdad se les quiere y comprende; a
pasar por alto menudos roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en
montañas; a poner un gran amor en los pequeños servicios de cada día, en las
cosas pequeñas que un corazón enamorado sabe ver como grandes y que, desde
luego, tienen una enorme repercusión en la formación de los hijos, aun los más
pequeños. Los dos esposos han de estar implicados en la construcción del hogar,
sin caer en la idea equivocada de que el trabajo fundamental del hombre es
ganar dinero, dejando en manos de la mujer las labores de la casa y la
educación de los hijos. No. Ambos deben ayudar en todo, como un equipo. Hoy, a
María y José, que vieron crecer a Jesús en sabiduría, en edad y en gracia,
confiamos la misión de los padres, cooperadores de Dios en la maravillosa tarea
de la educación de los hijos ■ P. Agustín, párroco.
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