Aparentas no ver los pecados de los hombres, acabamos de escuchar en la primera de
las lecturas. Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor, los Estados Unidos
es un país maravilloso, sin duda, un país que está lleno de cosas buenas y que
han sido bendecidos por Dios de una manera espectacular, pero este país tiene
un defecto que eclipsa casi todo lo demás; hemos desarrollado una profunda
"cultura de la queja". Nos quejamos de todo y de todos, y la queja
constante que nos lleva a centrarnos en lo que no es esencial e importante. La
queja constante crea en nosotros un corazón amargo, y luego comenzamos a ver
las cosas con la misma amargura que vive dentro de nosotros. Esto es
especialmente triste cuando centramos nuestra crítica y nuestra actitud de
queja hacia nuestra madre la Iglesia y sus ministros. San Francisco de Sales,
solía decir que la mayor parte del tiempo tenemos con los demás el corazón de
un juez, un corazón duro e implacable, y con nosotros el corazón de una madre:
suave, comprensivo, amable, y que en realidad debería ser a la inversa: con los
demás debemos tener un corazón de madre y con nosotros mismos el corazón del
juez para exigirnos cada vez más en la vida espiritual, en la vida comunitaria,
en la vida familiar, etc. Aplicar a nuestra madre la Iglesia los criterios que
se utilizan para medir el éxito de una empresa es, además de inútil, una profunda
falta de respeto. La Iglesia Católica no es una empresa, ni es una agencia de
servicios religiosos donde todos pagan una cuota y luego exige un servicio de
acuerdo al precio acordado. Si esa es nuestra concepción de la Iglesia
Católica, no hemos entendido nada, incluso si recibimos el Cuerpo y la Sangre
del Señor todos los días. La sabiduría popular nos dice que "el león cree
que todos son de su condición", por lo tanto, antes de criticar a la
Iglesia, antes de escribir una carta quejándonos, antes de levantar nuestra voz
hagamos un poco de examen de conciencia: lo que voy a decir, ¿tiene sentido o
es uno más de mis caprichos? ¿Me estoy quejando de algo esencial o accidental?
¿Tengo con los demás la misma misericordia que Dios tiene conmigo? ¿Estoy aplicando a mi madre la Iglesia católica con
los mismos criterios que se aplican a un gran almacén o un sitio donde lavan
autos? Vamos a pedir al Espíritu Santo su luz y su gracia para descubrir y
redescubrir en la Iglesia a la Esposa de Cristo. Por ella el Señor dio su vida.
Ella nos dio a luz y nos amamanta todos los días ¿no merecen más respeto ella y
sus ministros? ■ P.
Agustín
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