sábado, 2 de noviembre de 2013

Nuestra cultura de la queja y la critica

Aparentas no ver los pecados de los hombres, acabamos de escuchar en la primera de las lecturas. Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor, los Estados Unidos es un país maravilloso, sin duda, un país que está lleno de cosas buenas y que han sido bendecidos por Dios de una manera espectacular, pero este país tiene un defecto que eclipsa casi todo lo demás; hemos desarrollado una profunda "cultura de la queja". Nos quejamos de todo y de todos, y la queja constante que nos lleva a centrarnos en lo que no es esencial e importante. La queja constante crea en nosotros un corazón amargo, y luego comenzamos a ver las cosas con la misma amargura que vive dentro de nosotros. Esto es especialmente triste cuando centramos nuestra crítica y nuestra actitud de queja hacia nuestra madre la Iglesia y sus ministros. San Francisco de Sales, solía decir que la mayor parte del tiempo tenemos con los demás el corazón de un juez, un corazón duro e implacable, y con nosotros el corazón de una madre: suave, comprensivo, amable, y que en realidad debería ser a la inversa: con los demás debemos tener un corazón de madre y con nosotros mismos el corazón del juez para exigirnos cada vez más en la vida espiritual, en la vida comunitaria, en la vida familiar, etc. Aplicar a nuestra madre la Iglesia los criterios que se utilizan para medir el éxito de una empresa es, además de inútil, una profunda falta de respeto. La Iglesia Católica no es una empresa, ni es una agencia de servicios religiosos donde todos pagan una cuota y luego exige un servicio de acuerdo al precio acordado. Si esa es nuestra concepción de la Iglesia Católica, no hemos entendido nada, incluso si recibimos el Cuerpo y la Sangre del Señor todos los días. La sabiduría popular nos dice que "el león cree que todos son de su condición", por lo tanto, antes de criticar a la Iglesia, antes de escribir una carta quejándonos, antes de levantar nuestra voz hagamos un poco de examen de conciencia: lo que voy a decir, ¿tiene sentido o es uno más de mis caprichos? ¿Me estoy quejando de algo esencial o accidental? ¿Tengo con los demás la misma misericordia que Dios tiene conmigo? ¿Estoy  aplicando a mi madre la Iglesia católica con los mismos criterios que se aplican a un gran almacén o un sitio donde lavan autos? Vamos a pedir al Espíritu Santo su luz y su gracia para descubrir y redescubrir en la Iglesia a la Esposa de Cristo. Por ella el Señor dio su vida. Ella nos dio a luz y nos amamanta todos los días ¿no merecen más respeto ella y sus ministros? P. Agustín

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